El arte se organiza en Estados Unidos contra
la plaga de opiáceos
Amanda Mars
El escultor Domenic Esposito (izquierda) y Fernando Luis Álvarez, su galerista, en su acción en junio
con una cuchara gigante de droga ante la farmaceútica Purdue.
con una cuchara gigante de droga ante la farmaceútica Purdue.
La fotógrafa Nan Goldin, célebre por retratar los estragos del sida y la heroína, abandera tras superar su adicción a la oxicodona la lucha contra el patronazgo de las farmacéuticas en los museos
Nan Goldin, gran
renovadora del lenguaje fotográfico, empezó a tomar oxicodona hace cuatro años
a causa de una tendinitis. El dolor de muñeca le impedía trabajar con la cámara
así que le recetaron pastillas de OxyContin, una especie de best seller de
los opiáceos en Estados Unidos. La dosis de 40 miligramos se antojaba excesiva
al principio. Cuando tocó fondo, estaba tomando 450. La dependencia había ido
creciendo con rapidez y la vida de Goldin pronto se puso a girar en torno a ese
fármaco. El día en el que los médicos le cortaron el grifo, se lanzó al mercado
negro, y al acabarse el dinero empezó a esnifar fentanilo, la droga sintética
que mató a Prince y que puede resultar 50 veces más letal que la heroína. Al
final del túnel no vino otra cosa que la sobredosis.
Nan Goldin
Y así es cómo la historia de la artista, célebre por documentar los estragos del sida en los 80 y la decadencia de la vida urbana, se mezcló en las estadísticas de esa mal llamada epidemia de los opiáceos en Estados Unidos, una crisis que solo en 2016 se llevó por delante a más estadounidenses que toda la guerra de Vietnam: más de 64.000. El 40% de las sobredosis de ese año fueron posibles por obra y gracia de una prescripción médica.
Y así es cómo la historia de la artista, célebre por documentar los estragos del sida en los 80 y la decadencia de la vida urbana, se mezcló en las estadísticas de esa mal llamada epidemia de los opiáceos en Estados Unidos, una crisis que solo en 2016 se llevó por delante a más estadounidenses que toda la guerra de Vietnam: más de 64.000. El 40% de las sobredosis de ese año fueron posibles por obra y gracia de una prescripción médica.
Nan Goldin
(Washington DC, 1953) fue adicta al OxyContin entre noviembre de 2014 y febrero
de 2017, periodo que ella misma ha relatado con crudeza a través de fotografías
tomadas entre Nueva York y Berlín. Dope on my Rug(Droga sobre mi
alfombra), Oxy Script(el guion del Oxy) o Crushing Oxy on
my Bed (Oxy destructivo sobre mi cama)forman una pequeña crónica gráfica de su
caída a los infiernos de la peor droga que dice haber conocido. Ella, como les
ocurre a los que se pueden llamar afortunados, logró entrar también en las
estadísticas de la rehabilitación. Con sus subidas y bajadas mediante salió del
pozo.
Y ahora, por
convicción, tal vez también por catarsis, la fotógrafa ha puesto en marcha una
campaña contra la empresa que desarrolló y comercializa el fármaco, Purdue
Pharma, y contra la familia Sackler, los descendientes de los hermanos que en
su día fundaron la compañía, y que resultan ser unos relevantes benefactores
del mundo del arte en Estados Unidos y Europa. Goldin reclama que destinen su
fortuna a luchar contra esta lacra y llama a boicotear cualquiera de sus
donaciones hasta que eso suceda. Articulada a través de una plataforma que ella
misma ha fundado, Prescription Addiction Intervention Now (cuyas siglas en
inglés, P. A. I. N., significan dolor), la protesta parece una reedición de ACT
UP, el grupo de acción que Larry Kramer fundó en los ochenta a raíz de la
pandemia del sida, precisamente aquella plaga que la artista narró de cerca.
“Es un modelo, perdimos a mucha
gente entonces y ahora también, era crucial hacer algo”, responde por teléfono
Goldin, mientras prepara una nueva acción. Al día siguiente (el pasado
viernes), acudirá a Boston para manifestarse junto a un grupo de activistas
frente al Arthur M. Sackler Museum, que integra la red de centros de arte de
Harvard, institución a la que piden que corte lazos con la familia. En abril,
el grupo también se concentró ante la galería del mismo nombre de la red
Smithsonian, en Washington, al grito de ‘Shame on Sackler!’ (¡Qué
vergüenza, Sackler!) y, en marzo, en el ala del MET de Nueva York donde se
encuentra el templo de Dendur, financiada por la dinastía. Un artículo extenso
de Patrick Keefe publicado en la revista The New Yorker había
establecido la relación entre el apellido y el imperio creado alrededor de la
oxicodina. La artista, liberada de la adicción, lo leyó y decidió actuar. “Es
lo que inició la conversación, vi que no había nadie en el terreno luchando por
este tema”.
La familia Sackler
Los hermanos
Arthur, Mortimer y Raymond Sackler, todos médicos, empezaron a invertir en
compañías farmacéuticas en los años 50. Arthur murió en 1987 y poco después sus
herederos vendieron lo que les quedaba de Purdue Frederick. Purdue Pharma, que
era propiedad de Mortimer y Raymond, obtuvo la aprobación para fabricar
OxyContin en 1994.
Gillian Sackler, viuda de Arthur Sackler, ha desvinculado el nombre del
mecenas del negocio de la oxicodona. “Mucho de lo que se ha escrito sobre mi
marido en los últimos meses es mentira. Arthur murió casi una década antes de
que Purdue Pharma —propiedad de las familias de sus hermanos, Mortimer y
Raymond— desarrollase y comercializara el OxyContin”, explica Gillian en un
comunicado público. “Ninguna de las donaciones de Arthur antes de su muerte ni
hechas por mí en su nombre después han sido financiadas por la producción,
distribución o venta del OxyContin. Punto”, señala el texto de febrero.
En abril, un
artículo en The Atlantic contaba, citando documentos judiciales, que
Purdue había efectuado un pago de 17 millones de euros a la herencia de Arthur
en 1997, dos años después del lanzamiento del fármaco, lo que puede
interpretarse como un beneficio indirecto de aquel entonces, pero sigue sin
implicar un vínculo directo con este o sus herederos. Y eso incluye a Elizabeth
Sackler, hija de Arthur e historiadora, fundadora del centro por el arte
feminista de Brooklyn.
En un comunicado
enviado por correo electrónico, Purdue Pharma sostiene que “comparte las
preocupaciones de la señora Goldin y PAIN sobre la crisis de las prescripciones
y el abuso de opiáceos”. Agrega además que la firma “es parte de la solución”,
que colabora con las autoridades en la prevención y ha lanzado varias
iniciativas educativas. Pero en 2007, tres altos directivos de la compañía
—Michael Friedman, Howard R. Udell y Paul D. Goldenheim— se declararon
culpables de haber minimizado el verdadero riesgo de adicción y el potencial
abuso en la información a reguladores, médicos y pacientes sobre el OxyContin.
Los tres ejecutivos y la compañía fueron condenados a pagar más de 600 millones
de dólares, aunque sin consecuencias penales.
Una de las obras de Nan Goldin
La crisis de adicción iba a agudizarse pocos años después. Entre 2010 y 2015, según datos de la DEA (Agencia Antridroga) las muertes por heroína se han multiplicado en EE UU y muchas de esas historias arrancan con la prescripción de recetas.
Goldin no está
sola. Hay más artistas que se han involucrado en este problema. El escultor
Domenic Esposito, de Boston, y galerista Fernando Luis Álvarez colocaron
el mes pasado ante la sede de Purdue, en Stamford (Connecticut), una cuchara de
300 kilos de peso y tres metros de largo que emulaba la que usan los
drogadictos para quemar el veneno antes de inyectárselo. La escultura forma
parte de una exposición en la galería de Álvarez, que acabó detenido
aquella tarde.
La presión
creciente contra las donaciones asociadas a los Sackler ha puesto en una
posición delicada a la National Portrait Gallery, que ha recibido un compromiso
de donación de un millón de libras (alrededor de 1,1 millones de euros) del
Sackler Trust. La institución se limita a señalar que esta, como todas las
promesas de donación, está pasando su proceso interno de revisión, en línea con
sus política de ética en la captación de fondos y de objetivos caritativos.
Es difícil calibrar
la fuerza que puede tomar este movimiento. Nan Goldin reconoce que no hay un
gran número de artistas sumado a su grupo, pero asegura que siente un enorme
apoyo cuando aborda el infierno de la adicción en público, probablemente porque
el infierno del que habla es también suyo y ella ha visto muchos infiernos
pasar ante sus ojos y ante su cámara.
No esperaba que el
último al que se enfrentaría vendría en forma de receta firmada por alguien con
bata blanca.
Cultura. El País. España
Hoy:
https://www.theguardian.com/music/2018/jul/24/demi-lovato-hospital-overdose-reports
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