lunes, 30 de marzo de 2020

ARTE: ORIENTALISMO Y PREJUICIOS



 Cuando el arte europeo se llenó de odaliscas ( y de prejuicios )











Baile de Máscaras, de Rafael de Penagos.










Hubo un momento en que Oriente se puso de moda. Para los europeos del siglo XIX era lo misterioso, lo desconocido, lo Otro. Por eso el arte se llenó de insinuantes odaliscas, hombres de piel atezada y mirada torva y ruinosas arquitecturas de arcos lobulados. Orientalismos. 

Todo habría comenzado con Napoleón, que durante su expedición militar a Egipto (1798-1800) se llevó un puñado de artistas con el fin de documentar las maravillas arqueológicas que las tropas francesas encontraban a su paso. La campaña resultó un fracaso en lo militar, pero en lo artístico no se habría podido soñar con un éxito más clamoroso. Las láminas que realizó el dibujante Vivant Denon sobre los monumentos faraónicos desencadenaron en el continente europeo una repentina fiebre por la egiptología, y más allá de eso una curiosidad renovada por todo lo que tuviera que ver con el próximo Oriente. 






De: Viajeros en el Bajo y Alto Egipto Vivant Denon.


Pintores como Delacroix, Chasseriau, Jean-Léon Gerôme o el español Mariano Fortuny se apuntaron entusiasmados a la tendencia. Y de entre todos destacó Jean-Auguste-Dominique Ingres, el mejor pintor romántico francés y uno de los artistas más originales de aquellos tiempos.



Ingres: La gran Odalisca ( 1814 )


Ingres decidió centrarse en el tema de las odaliscas, las sirvientas de los harenes turcos, a las que retrató con formas anatómicamente imposibles, escasez de ropa y profusión escenográfica. Lo asombroso del caso es que Ingres jamás pisó África ni Oriente, de manera que sus representaciones del serrallo se basaban únicamente en la literatura y en su propia imaginación, bastante desatada y decididamente calenturienta.

















Porque una cuestión esencial es que el Orientalismo se basa en el desconocimiento de la realidad que pretende invocar. Todo sea por la pervivencia del misterio. El crítico e investigador palestino-americano Edward W. Said publicó en 1978 Orientalismo, el libro que básicamente lo decía todo sobre el asunto y que ponía sobre la mesa los prejuicios que nunca han dejado de planear sobre el modo en que la cultura occidental percibe y representa la oriental. Porque en realidad nos interesa mantenerlos. Para nosotros, ellos son arbitrarios, débiles, crueles, infantiles, ignorantes y esclavos de la sensualidad, lo que por comparación nos convierte en racionales, fuertes, piadosos, maduros, cultos y llenos de templanza.
Y, lo que resulta aún más fascinante, Said destapaba en su libro cómo las elites gobernantes del Medio Oriente internalizaron esos mismos prejuicios originarios de Europa extendiéndolos a sus propios países.

Esto habría sido así no ya desde el siglo XIX, sino desde tiempos tan lejanos como los de los autores griegos Esquilo (Los persas, sobre la derrota de Persia en las guerras médicas) y Eurípides (Medea, la historia de una mujer del este, una hechicera que por despecho mata a sus propios hijos). Oriente significaba irracionalidad y barbarie, pero también estaba pintado con la negrura del misterio y el brillo de la opulencia. Mucho después, con el auge del imperio Otomano, el turco se convertiría en un poderoso enemigo ante el que se reaccionaba con la misma ambivalencia: en el siglo XVI, el sultán Solimán el Magnífico era uno de los grandes antagonistas del emperador Carlos V, lo que no impidió que también lo retratara Tiziano, el pintor más codiciado por las cortes reales del momento. Así que había precedentes.


Tórtola Valencia. de Penagos.


Por eso no es raro que tres siglos más tarde el fenómeno se propagara con tanta rapidez, y que los artistas se apresuraran a llenar sus obras de harenes, consumidores de hachís languideciendo tumbados o vendedores ambulantes con chilaba. Ya en el XX, los Ballets Russes, la compañía de danza de Serguéi Diághilev, triunfó con sus escenografías orientalizantes, mientras personajes históricos o de ficción como Cleopatra, Sherezade y Salomé encandilaron a las bailarinas Loïe Fuller y Tórtola Valencia. Viajaron a Tánger los pintores Henri Matisse y Francisco Iturrino, y a Túnez August Macke y Paul Klee. Y se puso de moda entre aristócratas o artistas disfrazarse “a la oriental” para hacerse retratar.






Improvisación africana :  Vasily Kandinsky




 Improvisación africana :  Vasily Kandinsky




 Improvisación africana :  Vasily Kandinsky




Café Turco  August Macke



Ver en un callejón
August Macke

De alguna forma, el proceso de descolonización –traumático para la metrópoli, como para las colonias lo había sido antes la colonización– supuso la entrada en otra fase en la relación entre ambas partes.
Sin embargo, los prejuicios no han desaparecido. Muy al contrario, sigue ocurriendo hoy en día. La publicidad todavía incorpora muchos de esos tópicos nacidos en el siglo XIX. 


















No son pocos los productos de la sociedad de consumo que han tratado de seducirnos invocando los tópicos del misterio oriental: pensemos en los modelos de alta costura de Paul Poiret y sus “pantalones harem” (que vuelven cíclicamente a las tiendas de moda), en el perfume Shalimar de Guerlain, en los clásicos anuncios de desodorantes ambientados en la casbah o en las películas sobre jeques y harenes, desde El Caíd, con Rodolfo Valentino (1921) hasta Harem (1985), donde Nastassja Kinski era raptada para convertirse en la concubina de un gobernante del Golfo Pérsico (un Ben Kingsley intensamente maquillado).




The Sheik (1921) Rudolph Valentino


Algunos prejuicios permanecen idénticos, y otros se han adaptado a los tiempos. Además de sensualidad y decadencia, para la mente occidental Oriente también ha significado peligro. Y hoy este peligro adopta la forma de la amenaza terrorista. “Si nosotros somos activos, ellos son pasivos. Pero además, si nosotros somos racionales, ellos son irracionales. Así que esa pasividad se convierte a nuestros ojos en una violencia gratuita que no logramos entender”. Quizá no sea tampoco casual que el coronavirus, la amenaza sanitaria de la que ahora todos vivimos pendientes, se asocie con un origen oriental.


Porque el Orientalismo, más que solo de Oriente, habla de todos nosotros. De nuestras fantasías y de nuestros miedos, que finalmente nos hacen ser lo que somos.
































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