Un Basquiat en casa
Autorretrato. 1984
De repente un día, de la noche a
la mañana, Junior sabía pintar. Tenía que preparar su cena, no quería enchufarle la tele y
saqué unos folios y lápices de colores que había comprado hace meses y que
entonces rechazó. Pero esta vez no, y comenzó a dibujarme. Toda una sucesión de
rayas quebradas, líneas en serrucho, perpendiculares y paralelas; y, como por
arte de magia, ahí estaba yo. O al menos alguien con barba muy parecido a mí.
Una muestra artística dadá que en manos de un caricaturista habría
dado por buena.
—¿Soy yo? —le pregunté.
—Sí.
E igual que En busca de Bobby Fischer alentaban al joven Josh
Waitzkin a jugar partidas rápidas en Washington Square, le di más papel y
me senté a su lado. Entonces el genio que había estado en la lámpara se expresó
raudo y sin cadenas. Folio, folio, folio. Casas, bosques, coches, aviones,
vampiros con unos hilillos de sangre muy técnicos saliendo de sus colmillos y
bicicletas; ahora su madre con las mejillas sonrosadas y el pelo de punta. Le
pregunto qué es ese círculo que ha plantado al lado de su cabeza y responde que
mamá está pensando en algo. Hago una foto y se la mando, y ella se emociona
igual que yo. Veo yates y puros y
gastos superfluos en el horizonte. Puede que tengamos un gran talento entre
manos, puede que las promesas insatisfechas de su yo compositor, de su yo
deportista o de su yo capaz de recoger todo lo que desordena, no fueran sino
descartes razonabilísimos que aguardaran al emperador de las pinturillas.
A veces me pide que le dibuje un corazón enorme porque quiere colorearlo, pero
yo recuerdo el cuentito Teddy de Salinger y me resisto un
poco. Preguntado el niño prodigio protagonista por el sistema educativo, este
respondía: “Trataría de enseñarles (a los niños) a descubrir quiénes son, y no
simplemente cómo se llaman y todas esas cosas... Pero antes, todavía, creo que
les haría olvidar todo lo que les han dicho sus padres y todos los demás. (…) Aunque los padres les hubieran dicho que un elefante es grande, yo les sacaría
eso de la cabeza. Un elefante es grande solo cuando está al lado de otra cosa,
un perro, o una señora, por ejemplo (…). Ni siquiera les diría que un elefante
tiene trompa. Cuanto más, les mostraría un elefante, si tuviera uno a mano, pero
los dejaría ir hacia el elefante sabiendo tanto de él como el elefante de
ellos. Lo mismo haría con el pasto y todas las demás cosas. Ni siquiera les
diría que el pasto es verde. Los colores son solo nombres. Porque si usted les
dice que el pasto es verde, van a empezar a esperar que el pasto tenga algún
aspecto determinado, el que usted dice, en vez de algún otro que puede ser
igualmente bueno y quizá mejor. No sé. Yo les haría vomitar hasta el último
pedacito de manzana que sus padres y todos los otros les han hecho
morder”.
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