Racismo, acusaciones de mafioso, y peleas con periodistas: el otro lado de Frank Sinatra
Álex Ander
‘ La Voz. Por qué importa Sinatra’, la biografía escrita por el prestigioso editor Pete Hamill, pasa revista al notable talento del artista.
Frank Sinatra y Pete Hamill fueron colegas. Una noche en la que recorrían juntos las calles de Manhattan montados en una limusina, el cantante le pidió al escritor que fuese su biógrafo. Por muchas razones, la cosa no se dio. Sin embargo, en mayo de 1998, tras enterarse de la muerte del artista, Hamill consideró que no podía dejar sin tinta el recuerdo que merece uno de los artistas más completos.
De ahí surgió "La Voz. Por qué importa Sinatra" (Libros del Kultrum), un libro que, a diferencia de las biografías meticulosas, se centra en los aspectos más relevantes de la vida y obra del estadounidense, así como en las circunstancias del hombre y su época.
“Hamill ha condensado como nadie los trazos y contrastes, las sombras y perfiles que mejor describen a Frank Sinatra”, señala en el libro Jorge F. Hernández, traductor del texto al español. “Desde las andanzas de novela y atrevido tesón de su madre, Natalia Garavente, y los silencios de su padre, Anthony Martin Sinatra, ambos italianos, cuyas historias pertenecen a la gran ola de inmigrantes que despertaron un día contemplando entre la bruma de un futuro incierto la Estatua de la Libertad, que hace apenas un siglo daba la bienvenida a todos los trabajadores, pensadores o hacedores del mundo, ahora filtrados por un muro y demás murallas”.
El prestigioso editor de The New York Post y The Daily News, fallecido en el verano de 2020, aprovecha las páginas de su libro para pasar revista al notable talento de Sinatra, que cantaba en perfecta pronunciación de cada palabra en inglés pero, en cambio, solía ejercer su acento de neoyorquino puro tanto en sobremesas de madrugada como en entrevistas con la prensa y películas varias.
En el libro también se aborda cómo muchos aspectos del carácter de Sinatra fueron moldeados por el hecho de que era hijo de inmigrantes en una época en la que seguían abiertas las heridas causadas por el fanatismo en contra del italiano. “Crecí durante unos pocos años creyendo no ser más que otro niño estadounidense cualquiera”, aseguró una vez. “Luego descubrí, ¿a los cinco o seis años?, que algunas personas me creían un dago. Un wop. Un guinea. Por eso, años después, cuando Harry James quería que me cambiara el nombre, le dije que de ninguna manera. Me llamo Sinatra. Frank cabrón Sinatra”.
"La Voz. Por qué importa Sinatra" desmorona igualmente mitos como el que asocia al cantante con las oscuras redes de la mafia. El rumor surgió cuando en enero de 1947 Sinatra aceptó la invitación para viajar a La Habana de parte de Joe Fischetti, conocido maleante que operaba los negocios ilegales establecidos en Chicago durante la Prohibición por su primo Al Capone. Al artista le tomaron una foto al bajar del avión con Fischetti, y luego lo vieron en medio de una convención de la mafia cuyo invitado más honorable era el mismísimo Charles Lucky Luciano. Hubo un escándalo enorme y tardaron poco en empezar a comentar que Sinatra llevaba por lo menos un lustro ligado a la mafia por un gran favor que les debía.
Según explica Hamill, aquella era una “espléndida oportunidad para atacar las posturas políticas de Sinatra”, que en su juventud practicó el activismo antirracista y hasta realizó donaciones a la Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color (NAACP por sus siglas en inglés), “ya no como ingenuas, sino como probablemente descarriadas. Todos los viejos prejuicios antiitalianos volvieron a aflorar, con el manto, como siempre, de la virtud. Sinatra dijo: ‘Me educaron para darle la mano a un hombre cuando se me presenta sin investigar primero su pasado’. Pero el daño ya estaba hecho. La imagen de la mafia sería parte del resto de su vida”. Durante años, el cantante fue investigado y vigilado de cerca por las fuerzas del orden, aunque nadie encontró nunca pruebas para una sola acusación.
De lo que sí existen evidencias es de la compleja personalidad de Sinatra, al que algunos periodistas describieron como un monstruo cuyo comportamiento solo se redimía gracias a su talento. Hamill, en cambio, nunca vio en la Voz al patán bravucón de la leyenda. “Era maravilloso con los niños, incluidas mis dos hijas”, relata en el ensayo. “Era gracioso. Era vulnerable .... Durante aquellas veladas, estuve en compañía de un hombre inteligente, lector de libros, amante de la pintura, de la música clásica y de los deportes, galante con las mujeres, cortés con los hombres. Quizá solo se ponía una máscara en mi presencia, mostrándole imágenes a un escritor para que este las memorizara de cierta manera, como una especie de representación. O quizá el patán agresivo era el verdadero personaje enmascarado, una atrabancada invención personal, y la máscara ocultaba simplemente a un joven temeroso del mundo”.
Otro hecho que tampoco admite discusión es que en la historia de Sinatra hubo algo más que un camino sin sobresaltos hacia el éxito. Como se señala en el libro, tras la guerra perdió a buena parte de su público adolescente: “Muchos de los soldados que regresaron lo despreciaron por eludir la guerra (aunque su exención fue del todo legítima). Con los años, esos mismos veteranos inicialmente reacios se convirtieron en fans de Sinatra gracias al embrujo de su arte”. Pero tampoco escasearon los disgustos en su vida privada. Su matrimonio con Nancy Barbato, madre de sus tres hijos, empezó a desintegrarse. Cuando salía de gira rara vez dormía solo. La propia Nancy Sinatra narró en una entrevista aquella ocasión en la que su padre estaba actuando y, justo cuando ella fue a entrar a su camerino, le gritó que esperase. Le sobraron las explicaciones cuando, al cabo de un instante, salió de allí una corista que se había dejado las bragas.
A los seis días de firmar los papeles del divorcio, Sinatra se casó con la estrella Ava Gardner, de quien se enamoró apasionadamente. Los celos mutuos, las riñas en estado de ebriedad y las reconciliaciones fueron constantes. El de Hoboken empezó a beber demasiado e intentó quitarse la vida varias veces, tal vez con la intención de impresionar a la actriz. “Perdió su contrato discográfico y, durante un tiempo, su propia voz”, escribió su biógrafo. “Ya no era bienvenido en Hollywood. Sinatra se había hundido. Y luego se levantó”. El regreso comenzó a gestarse en 1953 con su interpretación del rudo italoamericano Angelo Maggio en "De aquí a la eternidad," que lo llevó a ganar un Oscar al mejor actor de reparto. A partir de ahí, recibió ofertas para papeles protagonistas en filmes, hizo apariciones en televisión y vendió millones de copias de canciones como Strangers in the Night, que interpretaba para agradar a su público a pesar de odiarla.
Fue años después de aquel resurgir profesional, concretamente en 1963, cuando Hamill conoció a Sinatra luego de la pelea de Floyd Patterson con Sonny Liston en Las Vegas. Congeniaron enseguida, lo que no deja de ser llamativo teniendo en cuenta que el artista, que desconfiaba de los medios de comunicación, malgastó buena parte de su vida adulta en feroces disputas con periodistas (al siniestro Lee Mortimer llegó a romperle la cara como represalia por un artículo sobre él poco halagador). “En sus primeros años había cooperado con las revistas de fans y otros componentes de la máquina publicitaria de Hollywood”, apunta Hamill. “En algunos momentos de su carrera incluso llegó a cortejar a los más poderosos columnistas, cuando así se lo habían indicado –aunque el más poderoso de todos ellos, Walter Winchell, jamás se unió a los ataques en contra de Sinatra–. Pero desde mediados de los años cincuenta hasta su muerte, solo trató con la prensa en sus propios términos”.
Asimismo, Hamill explica en su ensayo que, “viendo el desorden y el caos” de la década de los sesenta, las posturas políticas de Sinatra cambiaron. De utilizar su arte para desafiar el statu quo pasó a posicionarse a favor de Richard Nixon y Ronald Reagan. En esa etapa de desorden se casó y se divorció de la actriz Mia Farrow, 30 años menor que él, y después pasó por el altar con Barbara Marx, a la que los hijos del cantante consideraron siempre una buscadora de fortunas. Con la exmodelo acabó retirándose Sinatra en la fortaleza que se había mandado construir en el desierto de California.
Durante el año previo a su muerte los hospitales se convirtieron en la residencia habitual del estadounidense. “A lo largo de esos meses finales hubo pocas noticias puras y duras sobre su condición: sus hijos insistían en que estaba bien, aunque de malas y quejoso, por lo que los rumores y las suposiciones llenaron el vacío”, escribe Hamill. “Quizá la verdad era simple. Frank Sinatra, luego de una vida en la que los demasiados cigarros y el demasiado whisky habían sido parte del arreglo, estaba viejo; y tal como nos sucede a todos en cuanto envejecemos, las partes sencillamente se averiaron. Abusó de su cuerpo en la forma tan característica de su generación de hombres estadounidenses; que sobreviviera hasta alcanzar los 82 años fue una suerte de triunfo contra todo pronóstico”.
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