Vivian Maier en la Argentina.
John Maloof que pagó 380 dólares en un remate por la caja que contenía el lote de
miles de negativos que cambiaría su vida, convirtiéndolo de agente inmobiliario
e historiador vocacional en curador de un tesoro artístico insospechado, al
descubrir en 2007 la obra de la fotógrafa de calle amateur más talentosa y
misteriosa del siglo XX.
Detrás de ese hallazgo
descomunal, se agazapa la figura de una mujer extravagante y reservada, llamada
Vivian Maier, nacida en Nueva York en 1926, de madre francesa (Maria Jaussaud)
y padre abandónico (Charles Maier, austrohúgaro), que dejó a la familia cuando
ella tenía cuatro años. Niñera de oficio (su mamá y su abuela también se habían
dedicado al servicio doméstico), Vivian tuvo una existencia errante que llevó
consigo de casa en casa en casa mientras era, a la vez, una apasionada y
secreta artista del lente: tomó 160 mil fotografías que jamás mostró
públicamente. Murió sin descendencia en 2009, a los 83 años, en el más absoluto
anonimato. Poco antes, dada la precariedad de su situación, los Gensburg, tres
hermanos a los que había criado, trabajando con la familia por 17 años,
costearon un departamento para que viviera en él.
Tras el descubrimiento de Maloof y exhibidas por primera vez en el Centro Cultural de Chicago en 2011, las fotos de Vivian Maier fueron amadas a primera vista por el público, que convirtió su muestra en la más visitada en la historia de la institución. El éxito se repitió en distintas capitales y continentes. La calidad y modernidad de las imágenes, centradas en la vida cotidiana (que registró también en grabaciones de audio y en 150 películas de 8 y 16 mm), llevó a los expertos a comparar su trabajo con el de maestros como Robert Frank, William Klein, Diane Arbus o Garry Winogrand. Y las preguntas se multiplicaron: ¿Quién era ella? ¿Dónde había aprendido a sacar fotos? ¿Por qué no las mostró jamás?
Tras el descubrimiento de Maloof y exhibidas por primera vez en el Centro Cultural de Chicago en 2011, las fotos de Vivian Maier fueron amadas a primera vista por el público, que convirtió su muestra en la más visitada en la historia de la institución. El éxito se repitió en distintas capitales y continentes. La calidad y modernidad de las imágenes, centradas en la vida cotidiana (que registró también en grabaciones de audio y en 150 películas de 8 y 16 mm), llevó a los expertos a comparar su trabajo con el de maestros como Robert Frank, William Klein, Diane Arbus o Garry Winogrand. Y las preguntas se multiplicaron: ¿Quién era ella? ¿Dónde había aprendido a sacar fotos? ¿Por qué no las mostró jamás?
Esa ola
imparable de talento y enigmas llegó ahora a Buenos Aires: una selección de sus
fotografías se exhibe desde el 16 de marzo al 11 de junio en la Fototeca
Latinoamericana*. Vivian Maier, The Street Photographer reúne 55 de las
mejores tomas en blanco y negro que registró en los años 50 y 60, mientras
trabajaba como institutriz en Chicago y Nueva York. Organizadas en tres núcleos
temáticos –niños, autorretratos y parejas en la ciudad– testimonian su arte y
estilo: el cuidado por el equilibrio y la composición; un ojo sensible para dar
con los gestos que definen en un trazo la ternura, el declive, el humor de una
situación, la tragedia o la locura de un personaje; y, sobre todo, su destreza
en la corta distancia. Ante sus retratos sentimos, casi con pudor y
preguntándonos hasta dónde puede uno acercarse a un extraño, que al mirar
tocamos lo que nos muestra.
Todo
empezó en 2007, cuando John Maloof buscaba documentación para un ensayo sobre
la historia de su barrio, en Chicago, y compró en una subasta una caja con 30
mil negativos. El nombre que acompañaba el lote, Vivian Maier, no le dijo nada.
Como el material no era lo que necesitaba lo guardó en un armario.
Dos años
después, tal vez para decidir si la tiraba, volvió a la caja y le salieron al
paso fotos sorprendentes: chicos jugando, riendo o desafiando a la cámara;
borrachos en noches de ronda, congelados en lo peor de la resaca, paisajes de
trajín y cemento y rostros –de viejos, de mendigos, de locos, de vecinos de
diversas clases sociales– tallados en el blanco y negro de las imágenes con una
humanidad conmovedora.
Escaneó
unas doscientas y las posteó en su blog. Los ¡Wows! no se hicieron
esperar. ¿Quién tomó estas fotos?, preguntaban todos. Maloof reintentó en
Internet y esta vez halló un obituario publicado en el Chicago Tribune
poco tiempo antes: “Vivian Maier, orgullosa nativa de Francia y residente en
Chicago durante los últimos 50 años, murió pacíficamente el lunes. . . Un
espíritu libre y afín que mágicamente tocó las vidas de todos los que la
conocieron”.
Tratando de hallar otra punta a esa madeja de misterios, encontró entre los papeles de la caja un sobre, una dirección y llegó a un número telefónico: “Tengo negativos de Vivian Maier”, le dijo a la voz que contestó. “Ella era mi niñera. Fue como una madre para nosotros”, le respondieron. Sorprendido, fue procesando el resto de la información: Maier no tenía familia y estaban por tirar sus cosas, guardadas en un depósito (había perdido otras por falta de pago; así había llegado Maloof a los primeros negativos). “¿Hay fotos?”, preguntó. “Hay de todo”, respondieron. “Acopiaba todo lo que pueda imaginar. Venga y se queda con lo que le interese”.
Tratando de hallar otra punta a esa madeja de misterios, encontró entre los papeles de la caja un sobre, una dirección y llegó a un número telefónico: “Tengo negativos de Vivian Maier”, le dijo a la voz que contestó. “Ella era mi niñera. Fue como una madre para nosotros”, le respondieron. Sorprendido, fue procesando el resto de la información: Maier no tenía familia y estaban por tirar sus cosas, guardadas en un depósito (había perdido otras por falta de pago; así había llegado Maloof a los primeros negativos). “¿Hay fotos?”, preguntó. “Hay de todo”, respondieron. “Acopiaba todo lo que pueda imaginar. Venga y se queda con lo que le interese”.
Abarrotado hasta el techo, el guardamuebles alojaba desde hacía años la vida de Vivian Maier en fragmentos: ropa, recortes de diarios, recuerdos de viaje, cheques con devoluciones impositivas jamás cobradas, boletos de subte, postales, cassettes en los que grababa ocurrencias, conversaciones, entrevistas improvisadas en las cuales preguntaba en la cola del supermercado, por ejemplo, por el escándalo de Watergate (“¿pero qué piensas?; una mujer tiene que tener una opinión, digo yo”) y toneladas de bagatelas (dientes, pins, bijouterie) que sólo significan para quien puede recuperar la experiencia tras la memorabilia. En medio, un baúl envuelto en cinta engomada y en él, cientos de miles de rollos de película sin revelar. La leyenda de Vivian Maier comenzaba.
Un modo
de mirar
“No es
necesario exagerar el valor de la obra para otorgarle la cualidad de un
milagro”, escribió el novelista y crítico Geoff Dyer en Vivian Maier, Street
Photographer, el primer libro que recuperó en 2011 una selección de sus
tomas urbanas y autorretratos (el 30% de su obra está compuesta por ellos, como
si a medida que experimentaba con el medio Vivian hubiera necesitado mirarse en
él, hacerse visible). “Maier es una suma importante al canon de la fotografía
de calle; algunas de sus imágenes son excepcionales”, señala.
Pero
¿estudió fotografía? Nadie lo sabe. Culta a fuerza de aprendizajes autodidactas
y de una voraz lectura de diarios, es improbable que una muestra como La
familia del hombre, exhibida por primera vez en 1955 en el Museo de Arte
Moderno de Nueva York, le haya pasado desapercibida: 273 fotógrafos de 68
países, profesionales y aficionados. ¿Por qué no ella?
FINDING VIVIAN MAIER ( Subtitulado en español)
*FoLa
Dirección
Godoy Cruz 2620 / 2626 – Distrito Arcos (Palermo) – Estacionamiento Distrito Arcos: Godoy Cruz entre Paraguay y Charcas
Horarios
Lunes a Domingos de 12 a 20 hs.
Miércoles cerrado.
5789-2773
5789-2873
5789- 2748
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