Zuckerberg: el gran hermano
Antonio Navalón
Facebook personifica la pesadilla de Orwell en '1984' y también el sueño inalcanzable de Goebbels y Stalin
La crisis de Facebook por el escándalo Cambridge
Analytica es la primera gran crisis del nuevo mundo y plantea, ante todo, el
hundimiento de la política tal y como la hemos conocido. La red social, que
tiene 2.000 millones de usuarios en todo el planeta, consiguió hace mucho
tiempo una extraña unanimidad. Todos los Gobiernos, de izquierda y de derecha,
de Oriente y Occidente, vieron con preocupación su creciente influencia por la
manipulación de las masas y la unificación del pensamiento que suponía Facebook.
Millones de personas volcando en su muro sus datos y
revelando sus gustos y creencias a base de "likes" han convertido el
invento de Mark Zuckenberg en el mejor instrumento de manipulación colectivo de
la Historia. El poder siempre se ha basado en el manejo de los miedos, las
creencias, los sentimientos de culpa, las aspiraciones de superación y la
búsqueda de la felicidad de los seres humanos. El Vaticano, junto a algunos
Estados, dio las primeras muestras del poder organizado a partir de la fe y del
conocimiento de la intimidad personal, un monopolio ejercido por portavoces del
pensamiento divino antes de que Gutenberg inventara la imprenta.
Facebook creó un universo en el que, por primera vez, uno
no solamente existía, era libre y, además, estaba protegido para hablar de lo
que quería y de quién quería, sino que, sobre todo, construía en esa relación
de intimidad con sus usuarios una puerta de entrada para manipular sus
creencias. Cambridge Analytica accedió de forma irregular a esos datos y
personalidades de los internautas para idear formas de manipulación e
influencia política.
De todos los Gobiernos del mundo, el que más se resistió
al fenómeno Facebook, bloqueándolo hasta donde es posible en el mundo moderno
porque para eso es una dictadura, fue China. Los chinos fueron los primeros que
cercaron la gran red social, mientras construían una alternativa. Después, los
europeos encontraron en las diferentes trampas y usos diversos de las ventajas
fiscales la razón para examinar su comportamiento y el de otros gigantes
tecnológicos.
Pero, al final, Cambridge Analytica o los impuestos son
solo el iceberg del verdadero problema: Facebook personifica la pesadilla de
Orwell en 1984 y también el sueño inalcanzable de Goebbels y Stalin.
¿Hasta qué punto la red social no cede también a la tentación de explotar la
enorme base de datos sobre sus usuarios para orientarles política y
socialmente? Zuckenberg tiene una responsabilidad histórica - aunque no es el
único- que afecta a la construcción de este mundo tan extraño, en el que vamos
cambiando conocimiento por sabiduría.
En la era de Internet, de Google y de Apple, tenemos, en
cierto sentido, más conocimiento que nunca. Pero la supresión del tiempo y de
los procesos de maduración originan también sociedades cada vez menos sabias,
aunque con mayor potencial para recolectar datos. En cualquier caso, el mundo
moderno- construido por gente que, salvo Steve Jobs, nunca tuvo un modelo de
actuación política y social- concentra lo más sagrado que tenemos los seres
humanos, nuestra necesidad de comunicación y de afecto, en muy pocas manos.
Unas manos cuyo alcance no se limita a desarrollar
algoritmos que han destruido el modelo de negocio de los medios de
comunicación, sino que, teóricamente, defienden nuestros sueños más profundos y
necesidades más esenciales de interacción. En ese sentido, Facebook ha sido el
principal elemento para romper con el principio jeffersoniano aún vivo –
agonizando, pero vivo- que reza que más vale prensa sin Gobierno que Gobierno
sin prensa.
La dictadura de Facebook sobre la información fue algo
muy sencillo de conseguir. Durante años, los medios tradicionales invirtieron
miles de millones en una reconversión digital que inexorablemente pasaba, según
ciertos gurús para los que no había otros escenarios posibles, por regalar sus
contenidos en Internet. Decían que, cuando se obtuviese una audiencia
suficiente, la publicidad devolvería la rentabilidad económica a la prensa como
en los viejos tiempos.
En teoría, eso funcionaba. En la práctica, bastaba un
cambio en el algoritmo de Facebook - y una oferta que no se podía rechazar-
para que al final los medios de comunicación corrieran con todos los riesgos,
pusieran sus marcas y financiaran su expansión. Después tendrían que pagar a la
red social por el tránsito, la difusión y el éxito, permitiendo que se quedara
con un negocio que no le pertenecía.
Es verdad que otras plataformas digitales aplican la
misma fórmula. Al final, la esencia más relevante es que esa concentración del
poder, no sólo la administración de los datos de millones de personas, sino la
capacidad de manipular y seleccionar qué es lo primero que tenemos que
procesar, ha creado un problema de imposible solución. ¿Quién gobierna hoy?
¿Facebook? ¿ O los Gobiernos constituidos? La indefensión de los poderes
públicos- salvo en cuestiones de Defensa y ciberguerra- frente a estas nuevas
realidades es lo que pone de manifiesto la crisis de Facebook. No será la
única, pero sí es suficiente para redefinir el poder moderno.
El País. España. Opinión
Algo más: https://www.theguardian.com/technology/2018/mar/27/mark-zuckerberg-testify-congress-cambridge-analytica-data-scandal
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