jueves, 2 de abril de 2020

MALVINAS, SUS OTROS MUERTOS



El último favor 

Mateo Sörenson






























"Ser o no ser, esa es la cuestión. Morir, dormir, ¿Es sólo eso?” 

Hamlet. Shakespeare.


Todas las noches fantasea con la muerte. O duerme y sueña que muere un poco. El desayuno es algunas veces un milagro de resurrección, pero generalmente es una maldición que lo escupe de vuelta a una realidad inevitable: él volvió. El mismo sentimiento agridulce lo invade cuando se halla disfrutando el confort y la calidez de una cama con sábanas limpias y piensa en todos los que dormitaron interminables noches sobre la tierra fría y nevada sólo para morir más tarde de una gangrena que no se detectó a tiempo. 


Tal vez alguna vez creyó en algún dios, pero hoy sabe que no existe. Y si existe es sádico y bastante hijo de puta, porque le grabó a fuego en la memoria los gritos de Rodríguez cuando moría. Una mina le voló alguna extremidad en el medio de una ráfaga interminable de Harriers. Nadie quería salir de su agujero para ir a buscarlo, minutos más, minutos menos, era boleta. Pero el testarudo aullaba, pedía llorando por su madre, y no se moría más. Al final alguno se cansó y estrenó su FAL con mira desviada para callarlo. Ahí, en el momento, nadie se lo reprochó. Hoy, acá, de vuelta en Buenos Aires, sabe que nadie lo entendería, es uno de esos tantos secretos que van a pesarle hasta que se muera. Pero va a morir pronto. Esta vez se va a animar. “El suicidio seduce por su facilidad de aniquilación” pensó “¿De dónde carajo saqué eso?”. 
Cuando le dijeron que iba a Malvinas sintió una especie de orgullo adolescente… “¡que pelotudez!” piensa ahora mientras trata de cerrar la puerta sin hacer ruido. Recuerda que la Vieja lloraba desconsolada, primero de emoción, después de angustia. Él, Rodríguez, Alonso, Lombardo… La gloriosa clase ’62, recién terminaban la colimba. De Alonso y Lombardo no supo más nada, pero tampoco quiso averiguar por temor a saber sus destinos.



-¿Adónde vas a esta hora?- era Malena. Se le heló la sangre, no esperaba cruzarse a nadie. 
-A dar una vuelta, Male, no puedo dormir- mintió, parcialmente. Que no podía dormir era cierto, casi nunca podía dormir.
 -¿Ahora? ¿Estás bien?- insistió su hermana menor. 
-Sí ¿y vos que hacés despierta ahora nena?- 
-Recién vuelvo de lo de una amiga-
-Bueno, andá a acostarte-
 -Ahora voy… ey… cuídate- 
-Sí, nena, sí- le dolía en lo más profundo despedirse así de Malena, pero más le dolían las mil voces en su cabeza, los llantos, las imágenes… Ahí adentro las bombas seguían cayendo, seguía nevando sin asco y “Ser o no ser, esa es la cuestión. Morir, dormir, ¿Es sólo eso?” Hamlet, Shakespeare. Rodríguez todavía agonizaba. “El suicidio seduce por su facilidad de aniquilación” pensaba Martín llegando a la esquina y no se acordaba donde carajo lo había leído.

Malena dudó, consideró despertar a la Vieja, pero decidió que sólo la iba a preocupar y que no iba a ayudar en nada. Miró entre las hendijas de la persiana y esperó a que su hermano llegara a la esquina antes de salir tras él. Sabía, creía saber muy bien lo que planeaba pero no tenía idea como iba a detenerlo. Después de todo, era muy cierto… ¿Cómo podían comprenderlo sí cuándo Martín tenía un fusil inglés en la nuca ellos miraban el debut del Diego en el mundial? 

 Lo siguió hasta la avenida Belgrano y luego por diagonal Roca. “Va a Plaza de Mayo… ¿Qué hay ahora en Plaza de Mayo?” pensó más curiosa que aterrada Malena. Pero Martín no iba a Plaza de Mayo. O al menos no iba a alimentar palomas, no, iba a saldar cuentas. Justo en la esquina, sobre avenida Rivadavia, haciendo cruz con el Cabildo, está el Círculo de Suboficiales del Ejército, pero Malena no tenía idea. Y allí, oh sorpresa, hay militares. Y entre esos militares iba a estar esa noche el sorete del Sargento Irigoin. “El suicidio seduce por su facilidad de aniquilación” resonaba en la cabeza de Martín que no tenía idea donde lo había leído pero sabía que era cierto, aunque antes de hacerlo se iba a cargar al basura de Irigoin. Al soldado Quiroga lo había matado Irigoin, lo hizo estaquear en la noche más fría y el pobre reventó. Cualquiera hubiera reventado, dejarlo esa noche ahí era la muerte segura, pero Irigoin conocía a alguien y de lo de Quiroga nunca se supo. Ni nunca se iba a saber, porque Martín se lo llevaba con él. Pero también se lo iba a llevar a Irigoin. 


Recién comprendió Malena cuando vio que estacionaban tres o cuatro Falcons frente a Martín. El miedo la paralizó y al día de hoy se siente culpable, inútil por eso, pero la realidad es que no podía hacer nada. Malena sabe que cuándo los testigos de las películas y las novelas dicen que pasó todo muy rápido, mienten descaradamente. El tiempo pasó más lento que nunca y pudo ver y oír bien como Martín, al tiempo que sacaba un revolver .38 corto del gabán, llamaba a Irigoin:
  -¿Sargento Irigoin, se acuerda de mí?- Irigoin tardó en reaccionar, Malena sabe que Martín lo esperó, esperó que comprenda quién lo mataba antes de apretar el gatillo.
 -Le manda saludos Quiroga- dijo y gatilló 5 veces antes de caer derribado por los custodios. Recién ahí Malena tomó control de su cuerpo y pudo correr a abrazarlo, a tiempo para escuchar sus últimas palabras, que nunca logró comprender.

  -¡Sábato!- dijo sonriendo Martín -¡Lo del suicidio era de Sábato!-.







Mateo Sörenson, Noviembre de 2017.


































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