Un solo mundo
David López Canales
A nosotros, nos creíamos, a pesar de que algún mordisco que esquivamos con suerte ya nos habían lanzado otros virus, no podía devorarnos una enfermedad.
Desde que empezó el
confinamiento y empezamos a sentir de verdad la sacudida de la pandemia llevo
pensando que esto nos sucede por una falta de previsión, de inversión y de
acción para evitarlo motivada, en parte, por la visión que tenemos de nosotros
mismos. Una falsa sensación de seguridad y sobre todo una absurda soberbia que
nos hacía ver estas amenazas ligadas a países subdesarrollados. A nosotros, nos
creíamos, a pesar de que algún mordisco que esquivamos con suerte ya nos habían
lanzado otros virus, no podía devorarnos una enfermedad. Eso era cosa de
pobres.
Desde entonces he
podido hablar con varios expertos que me han confirmado que sí, que así es, que
nos creíamos, sin serlo, superiores, a salvo y capaces de todo. Es una cuestión
de cómo miramos y nos relacionamos con el planeta, pero también de cómo lo nombramos.
Seguimos usando y creyendo en aquella definición de Tercer Mundo que se impuso
al comienzo de la Guerra Fría para denominar a los países al margen de los dos
bloques. Como si hubiera entonces más de un mundo. Como si hubiera hoy más de
un mundo. Como si realmente el mundo fuera como los mapamundis y los colorines
protegieran y defendieran. Pero no, los virus no entienden de muros, de vallas
ni de fronteras. Los virus se las saltan y, además, en ambas direcciones. Son
de ida y vuelta. Y si no se actúa como un mundo, de círculos infinitos.
Le doy vueltas a
esto porque tengo la sensación de que lo mismo que nos pasó nos sucede ahora.
Miramos a diario el zarpazo que nos da el coronavirus pero volvemos a
olvidarnos del resto del mundo. Hay 3.000 millones de personas, más de un
tercio de las que somos, que no pueden siquiera lavarse las manos como
prevención porque no tienen agua sanitaria. Solo en la India existen 70
millones para las que encerrarse en casa sería un sueño porque viven en la
calle. Y es en ese mundo que no quisimos ver y al que ahora tampoco nos
asomamos donde ni siquiera se sabe aún cómo será la dentellada de un virus
cuyos colmillos brillan tras los matorrales. Un mundo del que nosotros también
dependemos. Por seguridad y, más que nada, por humanidad.
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