martes, 28 de abril de 2020

MUSSOLINI, SUS MUJERES... Y UNA MUJER : CLARA PETACCI




Clara Petacci, la amante de Mussolini







Claretta Petacci









En una de las imágenes más célebres de la historia reciente italiana cinco personas penden colgadas boca abajo. Han muerto tiroteados y su cadáveres ha sido colgados en la plaza de Loreto en Milán. Son el lider fascista Benito Mussolini acompañado por tres hombres y una mujer. Muchos piensan al verla que esa mujer es Rachele Guidi, su esposa durante tres décadas, tal vez por asociación con el final de otros dictadores que fallecieron junto a sus esposas; unos víctimas de la turba, los Ceaucescu, y otros suicidándose como Hitler y Eva Braun. Pero no, la mujer a la que un grupo de partisanos han colgado al lado de Mussolini es su amante, Clara Petacci , Claretta, "La Ricitos", una figura esencial en los últimos años de vida del dictador. Ella permaneció a su lado a pesar de que pudo huir, porque siempre había querido estar con él.




Se conocieron el 24 de abril de 1932, cuando el coche en el que Clara viajaba con su hermana, su madre y su prometido se cruzó con el Alfa Romeo del dictador. "¡Il Duce, Il Duce!", gritó al verle: como tantas adolescentes italianas, estaba fascinada por la figura de Mussolini, pero lo que para las demás era mera admiración por el poderoso líder del país, para ella era una adoración que rayaba en el fanatismo. Llevaba obsesionada con él toda su vida, tenía fotos suyas en la pared de su habitación y desde los 14 años le enviaba cartas y poemas.
El Duce, que por entonces frisaba los 50, se sintió extremadamente halagado, se bajó del coche y la saludó. Clara era exactamente la clase de mujer que le gustaba: muy joven, muy guapa, muy inteligente y de buena familia. Su padre era médico personal del papa Pío XI. Cuatro años después de aquel encuentro se hicieron amantes a pesar de que ambos estaban casados, él desde hacía 17 años con Rachele Guidi con la que tenía cinco hijos, y ella con Riccardo Federici, un teniente de la aeronáutica militar italiana.



Benito Mussolini con su mujer Rachele Guidi y sus cinco hijos: Edda, Vittorio, Bruno, Romano y Anna Maria.


Clara era la seguidora más obsesiva del dictador, pero no la única. El propio Mussolini reconoció haber tenido más de 500 amantes. La mayoría de ellas simplemente pasaban unos minutos por la Sala Mapamundi del palacio Venecia en Roma y mantenían relaciones sexuales breves, apenas unos minutos, a veces, como cuenta Rosa Montero en Dictadoras. Las mujeres de los hombres más despiadados de la historia, incluso tres o cuatro al día, sobre el escritorio o la alfombra. Solo las "repetidoras" tenían el privilegio de acceder a una habitación.
Pero la relación de Mussolini con Petacci era distinta: para angustia de Raquel, que trató infructuosamente de separarles, ella tenía guardaespaldas, chófer y una habitación en el Palazzo Venezia. Era la principal de sus amantes, pero no la única ni mucho menos la primera.


El dictador italiano era, según sus biógrafos, extremadamente persuasivo y cautivador y el mismo carisma que le llevó a liderar el país le proporcionó un sinfín de conquistas. Todas guapas e inteligentes, aristócratas, empresarias, fascistas o socialistas, incluso una princesa, María José Sajonia-Coburgo-Gotha, hija de Alberto I de Bélgica y mujer del príncipe Umberto, el heredero de Víctor Manuel de Saboya III, rey de Italia. Sus gustos variaron con el tiempo al igual que su ideología, que pasó de socialista, pacifista y anticapitalista a fascista, sanguinario y con una gran querencia por el capital. Con una de esas mujeres socialistas a las que conoció en su juventud, Fernanda Oss Facchinelli, tuvo un hijo que murió siendo bebé y hubo otros hijos fuera del matrimonio, pero ninguno con una historia tan trágica como la del que tuvo con una de sus primeras amantes, Ida Dasler.
Mussolini conoció a Dasler cuando era director del periódico socialista Avanti. Como era habitual en las conquistas del dictador, ella era actractiva y de familia acomodada, una empresaria exitosa, de ideas muy modernas que había estudiado en París. Según algunas fuentes llegaron a casarse. No está claro, lo que sí lo está es que cuando las ideas de Mussolini se alejaron del socialismo y fue expulsado del partido, ella puso todos sus ahorros a su disposición para que fundase un nuevo periódico. Pero cuando se quedó embarazada, otra mujer, Rachele Guidi, una antigua novia de Mussolini con quien había tenido una hija, volvió a escena.
El retorno de Rachele coincidió con la entrada de Italia en la Segunda Guerra Mundial y Mussolini se fue al frente mientras Ida se quedaba sola, embarazada y sin recursos económicos. Cuando nació el niño, le llamó Benito Albino y luchó por que Mussolini le reconociese, pero para entonces el dictador ya se había casado con Rachele. Ida no iba a quedarse callada, pregonó a los cuatro vientos su situación y Mussolini acabó reconociendo al pequeño y además intentó quitarle la custodia. Ahora las tornas habían cambiado y era él quien tenía una posición económica boyante, pero la justicia le dio la razón a ella y obligó al padre a pasar una pensión de manutención.
Para el político, que en ese momento trataba de labrarse una reputación de hombre de familia, Ida era un cabo suelto muy peligroso, además de airear los secretos de su relación ella conocía demasiados secretos políticos. Para evitar que se desmanase, hizo que la policía la siguiese día y noche tanto a ella como a aquel hijo que cada vez se le parecía más físicamente. La insistencia de Ida por desmontar la imagen del Duce acabó con ella ingresada en el psiquiátrico de Trento y el pequeño Benito Albino en un internado para la aristocracia italiana. Pero el niño que tenía el físico de su padre, y el mismo carácter que su madre, insistía en revelar su identidad y eso provocó que su padre lo recluyese en el frenopático de San Clemente. Ida murió en 1937, y Benito Albino falleció cinco años después a los 27 años. Una historia terrible que solo se conoció tras la investigación de dos periodistas italianos Gianfranco Norelli y Fabrizio Laurenti en el documental El secreto de Mussolini.

El regimen fascista había ocultado su rastro para preservar la imagen de padre devoto y marido ejemplar de Mussolini, un líder militar sin fisuras y a la altura de la gran Italia. Aunque realmente su imagen era muy distinta de la que se proyectaba, era un hombre tosco y violento que había sido expulsado del colegio por sus continuas peleas y había huido del país para librarse del servicio militar obligatorio.




Clara Petacci.

Para el pueblo italiano sólo había una esposa: Rachele Guidi diez años menor que Mussolini e hija de una amante del padre del dictador (lo que llevó a especular con la posibilidad de que fuesen hermanos). Tenía 16 años cuando él se enamoró de ella y la convenció para que se fuesen a vivir juntos. Tuvieron una hija, Edda, pero no se casaron –la familia y la moralidad estricta todavía no les importaban demasiado–. Cuando tocó reforzar su imagen de padre de la nación, se casaron y no tardaron en llegar cuatro niños más. El matrimonio duró hasta la muerte de él a pesar de los malos tratos y la lista interminable de amantes que recorrían el salón del Mapamundi. Pero Rachele no era una sufridora en casa, de hecho los que la conocían afirmaban que la verdadera figura dictatorial de la familia era ella.
Rachele había sufrido pacientemente a todas las amantes de su marido, pero era consciente de que Clara había llegado para quedarse, incluso tal vez para sustituirla. Es difícil saber lo que habría pasado si no hubiese perdido al hijo del que se quedó embarazada: para consolarla, Mussolini la trasladó a un piso de lujo y la cuidó con dedicación. Como Rachele, Clara sabía que había otras mujeres y no dudaba en montar terribles escenas de celos al hombre más poderoso de Italia. Él también estaba celoso de ella, por eso el bonito apartamento que le regaló sirvió también de cárcel. Recluida durante todo el día, se dedicaba a documentar todo lo que pasaba a su alrededor y lo único que pasaba era Mussolini. Sobre su relación, su intimidad sexual y sus ideas políticas, ella escribió casi 2.000 páginas en unos diarios que cuando tuvo que huir de Italia entregó a su amiga la condesa Rina Cervis, que, consciente de lo que podían provocar, los enterró en el jardín de su villa en Brescia. En los años cincuenta fueron descubiertos por la policía.




















En 2009 salió a la luz una selección de esos diarios compilada por el periodista Mauro Suttora, Mussolini secreto. Los diarios de Claretta Petacci. 1932-1938, 500 páginas que revelaban el lado más cotidiano de Ben, como ella le llamaba –él se llamaba a sí mismo "tu gigante"–, que aparecía reflejado como un antisemita fascinado por Hitler –hasta aquí ninguna sorpresa– adicto al sexo y con frecuentes episodios de impotencia. "Hacemos el amor como nunca antes lo habíamos hecho, hasta que le duele el corazón y luego lo hacemos de nuevo. Luego se queda dormido, exhausto y feliz", documentaba ella. Los diarios también reflejan sus tensiones: "hubo un tiempo en que tenía 14 mujeres y tomaba tres o cuatro cada noche, una tras otra". Pero ahora, insistía, ella era la única. "Amore", dijo él, "¿por qué te niegas a creerme?". Para tranquilizarla, la llamaba una docena de veces al día mientras simultáneamente mantenía conversaciones con Hitler que en ese momento invadía Austria. El horror más abyecto se cuela distraidamente en las páginas de sus diarios.

"Soy esclavo de tu carne. Tiemblo mientras lo digo, siento fiebre al pensar en tu cuerpecito delicioso que me quiero comer entero a besos. Y tú tienes que adorar mi cuerpo, el de tu gigante. Te deseo como un loco", le escribía mientras pergeñaba junto a su amigo Hitler la conquista de Europa. "Lo beso y hacemos el amor con tanta furia que sus gritos parecen los de un animal herido. Después, agotado, se deja caer sobre la cama. Incluso cuando descansa es fuerte" escribe ella orgullosa en 1938. Si un día Mussolini no cumplía sus expectativas, le acusaba de haber pasado demasiado tiempo con sus amantes, lo que probablemente era cierto.
Pero mientras aumentaba la intensidad de sus encuentros sexuales disminuía la influencia de Mussolini en su propio país. Cuando Victor Manuel III le destituyó, las tropas aliadas le apresaron, pero los nazis le liberaron y le trasladaron junto a Clara y Rachele al Norte de Italia donde fundó la República de Saló, un pequeño reducto del régimen de Hitler de quien ya era ya un hombre de paja. Cuando el fin era inexorable preparó la salida de la familia Petacci del país rumbo a España y también la de su mujer Rachele y sus hijos, pero Clara se negó a abandonarle. Era su última portunidad para ser "la única" en su vida. 

Cuando las tropas aliadas controlaron definitivamente Europa, volvió a huir, pero esta vez fue apresado por los partisanos que le reconocieron, ya no había escapatoria. Lo fusilaron el 28 de abril de 1945 junto a Clara que se negó a apartarse de su lado, según trascendió, ella se había interpuesto entre su amor y la metralleta del partisano y murió primero, a él lo mataron después de un tiro en la nunca. Días antes había escrito a su hermana "Yo sigo mi destino, que es el suyo. No lo abandonaré nunca, pase lo que pase". Y lo cumplió.


































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