Soneto XXIX
Edna St. Vincent Millay
Corazón,
no tengas piedad de esta casa de huesos:
hazla
temblar con bailes, de júbilo échala abajo.
Ningún
hombre la posee en hipoteca; es solo tuya;
para
darla, venderla en subasta o derribarla.
Cuando
estés ciego a la luna que cae sobre la cama,
cuando
estés sordo a la gravilla en los cristales,
¿chasqueará
en su lugar la trémula cautela de esta casa
la
lengua ante las travesuras de verano en la calleja?
Todo
lo que la deliciosa juventud se abstiene de gastar
la
atropellada edad lo heredará, y acabaremos
bajo
tierra; por lo tanto, mientras seamos jóvenes, amigo...
es
un vulgar latín, pero el consejo es sensato.
Juventud,
no tengas piedad; no dejes ni un penique
para
que lo invierta la edad en transigencia y miedo.
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