Warhol, la amistad con Dalí y su sueño incumplido de retratar a Gala.
Diego Parrado
Warhol conoció a Dalí en Nueva York, donde ahora la venta de unos pendientes de rubíes y diamantes recuerda la relación que hubo entre ellos.
Para los coleccionistas de arte y antigüedades la repentina muerte de Andy Warhol el 22 de febrero de 1987 fue como si una montaña de oro quedara de pronto abandonada por su dragón custodio. Muebles de Émile-Jacques Ruhlmann que había comprado en sus viajes a París regresaron al mercado en un momento en el que las piezas de este ebanista y otros del periodo art déco estaban especialmente codiciadas, y pinturas de otros artistas como Cy Twombly que tenía colgadas en su hogar salieron a la venta con el plus de haberle pertenecido a él.
En su casa del Upper East Side neoyorquino Warhol también guardaba muchas joyas, tantas que sus herederos incluso encontraron varias escondidas en el dosel de su cama de estilo federal americano, pues como es conocido al pope del arte pop las piedras preciosas le perdían: en una ocasión, él declaró que deseaba reencarnarse en un diamante en la mano de Elizabeth Taylor.
Treinta y siete años después de su muerte una de esas
joyas ha regresado al catálogo de Sotheby’s, precisamente la casa que en 1988
se encargó de vender su mastodóntica colección por primera vez (se necesitaron
diez días). Entre ello unos pendientes de rubíes y diamantes con la forma de corazón
con un panal de abejas dentro diseñado por otro de los grandes artistas del siglo pasado, Salvador Dalí. Dalí fue autor
entre los años cuarenta y setenta de una colección de 39 joyas surrealistas de
la que estos pendientes formaban parte, y como Andy Warhol los adquirió en la
época en la que ambos se frecuentaban, puede decirse que simbolizan su amistad
con él.
“A pesar de las notables diferencias que había entre su arte y tipos de personalidad los dos tenían mucho en común, incluido un fuerte sentido del poder de la publicidad y su atracción por lo extravagante”, explica la nota de Sotheby’s. “También compartían el amor por Nueva York, que fue el centro de las vidas sociales de ambos; fue allí donde, en los años sesenta, se conocieron”.
Según recoge Bob Colacello al repasar sus años
como mano derecha de Warhol en el libro Holy Terror, fue la artista de
origen francés Ultra Violet, musa de Dalí y Warhol en los años cincuenta y
sesenta respectivamente, quien presentó a estos dos genios. A Warhol, precisa
Colacello, la obra de Dalí no le interesaba tanto como el mundo de personajes y
sucesos estrafalarios que había creado a su alrededor, y que a él le recordaba
a su pandilla en The Factory de los sesenta. “Nunca sé si copio travestis de
Dalí o si Dalí me copia travestis a mí”, comentó Warhol en un almuerzo ofrecido
por Dalí en Nueva York al que asistieron varias de las musas de este artista.
A Warhol le fascinaba sobre todo Gala, la esposa de Dalí,
quien le parecía una mujer como ninguna otra que hubiera conocido antes y a
quien siempre quiso retratar.
“Oh, estás preciosa. ¿Puedo hacer tu retrato?”, relata
Colacello que le dijo su jefe a Gala de las muchas veces que intentó persuadirla
sin éxito. “Gala solo posa para Dalí”, le contestó ella. “Pero el mío sería muy
diferente a los de Dalí”. “Mucho más caro, querrás decir”. “No, no, podemos
negociarlo”. “Gala no cambia un magnífico retrato de Dalí por una foto tuya.
¡Gala odia las fotos!”.
Notando su decepción Salvador Dalí le propuso entonces
una posible colaboración: él pintaría con una emulsión vegetal las “efigies
de Mao Tse-tung y Marilyn Monroe” sobre unas alubias blancas y
se las daría de comer a Warhol para lograr la comunión entre estos dos ídolos
en el estómago del artista, a quien advirtió que debería absternerse de beber
whiskey. “Nunca sé de qué está hablando Dalí”, le comentó después Warhol a Bob
Colacello. “¿Crees que estaba riéndose de mí? ¿Si, no? Pero no me importa,
porque solo estaba intentando resultar entretenido, ¿verdad? Ay, ojalá pudiera
conseguir el retrato de Gala. Si pudiera sacarle una sola foto…”.
Dalí, por el contrario, sí permitió que Warhol le filmara durante una visita que hizo a The Factory en 1966. También posó con él un año antes en sus habitaciones del hotel St. Regis, su preferido en sus estancias en Nueva York, durante una sesión de la que, años más tarde, el fotógrafo británico David McCabe, autor del retrato, recordaría lo incómodo que se había sentido Warhol después de que nada más entrar el catalán le nombrara caballero y le encasquetara un tocado inca para la fotografía. “Warhol estaba poniéndole tan nervioso –lo cual era inusual, porque normalmente era él quien ponía nervioso a los demás– que empezó a beber vino. ¡Jamás le había visto beber”.
Dalí y Andy Warhol en su suite del St. Regis de Nueva York en 1965. David McCabe,fotógrafo.
En los años setenta los dos artistas siguieron
frecuentándose, y aunque las ocurrencias de Dalí pudieran incomodarle a Warhol
le encantaba tomarlas como material para sus célebres diarios o las largas
conversaciones que mantenía por teléfono con sus amigos. “Dalí ha sido un
encanto. Ha venido con una bolsa de plástico llena de sus dentaduras postizas
usadas… como regalo para mí”, escribe en una de las entradas de sus diarios.
Seguramente hubiera preferido otra de sus joyas.
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