Disparates
“Si el
detergente acaba con el virus, se pone una inyección o algo así con eso y se
mete en los pulmones y funcionaría muy bien. Sería interesante comprobarlo...”, Donald Trump.
Uno de los
infinitos, y cansinos, chistes que ha circulado durante las últimas semanas es
una advertencia de la OMS de que tras la pandemia volverán a la
normalidad solamente aquellas personas que hayan sido normales antes. Los
idiotas seguirán siendo idiotas. Aquellos, por ejemplo, que han puesto notas en
los portales pidiendo a los vecinos que trabajan en hospitales que se fueran o
protestando porque los niños en las casas hacen ruido. Esos pueden ser idiotas
transitorios, todos lo hemos sido alguna vez, o crónicos, todos conocemos a más
de uno. Lo bueno de los idiotas es que no suelen ser peligrosos. Los peligrosos
son los iluminados. Sobre todo cuando los siguen un gran número de idiotas. Y
los más peligrosos de todos son los que, además de iluminados, son idiotas.
“Si el detergente
acaba con el virus, se pone una inyección o algo así con eso y se mete en los
pulmones y funcionaría muy bien. Sería interesante comprobarlo...”, dijo Donald
Trump hace solo unos días. “Podríamos usar doctores”, añadía. Luego anunciaba
también que quiere hablar con esos doctores porque tiene otra idea: aplicar luz
y calor para combatir el virus. Ambas estrategias, aseguraba convencido, le
parecían “interesantes”. A su lado en la escena, el vídeo es una maravilla, una
doctora, a la que el presidente se dirige mientras expone su plan, no se atreve
ni a mirarlo. Guarda silencio con la vista al frente, las manos juntas
apretadas sobre las piernas y las rodillas temblando. Cuatro días después ya
había un centenar de personas ingresadas por tragar detergente. Pocas me
parecen.
El 18 noviembre de
1978, recluido con sus fieles en un lugar perdido de Guyana tras haber huido de
Estados Unidos, Jim Jones, creador y líder del Templo del Pueblo,
pronunció las palabras finales: “Acabemos con esta agonía”. Una frase que se
podría aplicar hoy, perfectamente, al virus y a Trump. Aquel día, en cambio,
fue la orden para que 900 personas de su secta bebiesen cianuro y falleciesen
en el mayor suicidio en grupo de la historia reciente. Jones también murió,
pero de un disparo en la cabeza que supuestamente se descerrajó él. Hoy, de
momento, Trump parece dispararse solo al pie. Aunque no hay evidencia
científica de que dañase órganos vitales de hacerlo a la cabeza. Sería
interesante consultar a los doctores.
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