David López Canales
Hay noticias que necesitan tiempo, a veces mucho, para poder ser digeridas y comprendidas. Supongo que por eso esta semana he recibido por whatsapp una de 2012 que cuenta cómo en Islandia una turista colaboró un día entero en la búsqueda de una mujer desaparecida que resultó ser ella. Se había cambiado de ropa, viajaba en un autocar con otras personas y nadie la reconoció por la descripción cuando alertaron de su extravío. Tampoco ella lo hizo. Por supuesto, es una historia con final feliz, porque finalmente se encontró a sí misma. Dos viajes en uno, para que luego nos quejemos de los tour-operadores.
Me llega la noticia en mitad de una guerra sin prisioneros ni treguas embalando cajas de mudanza y la leo y releo varias veces porque es una excusa maravillosa, tan buena como cualquier otra, en realidad, para dejar de empaquetar. Escribió Javier Gómez Santander que si uno quiere conocer de verdad al ser humano no es necesario viajar, basta con darse la vuelta a la autopista en hora punta. Si uno aspira a encontrarse a sí mismo tampoco hay que irse a Islandia; con mudarse sobra. Hacerlo es mirarse en el espejo, sin filtro, de las cajas llenándose. Se ve lo que se es y lo que no en la ropa escondida al fondo del armario, en los objetos perdidos en cajones, en los recuerdos olvidados, como somos tanto los libros que leemos como aquellos que guardamos o compramos y que nunca leeremos.
De mi armario he sacado tantas camisas de flores que parecía un jardín botánico y luego he pensado que para qué, si al final acabo vestido de azul como un pitufo. Pero, por supuesto, he vuelto a embalar todas esas cosas que seguiré escondiendo al fondo de otro armario para llevármelas a otra casa más. Supongo que hago lo mismo con todo. Estoy deseando que nos dejen viajar de nuevo, bendita globalización, para irme a Islandia. O a cualquier país sin cajas.
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