Los mármoles del Partenon
Javi Sánchez
Un visitante del Museo Británico contempla los restos del Partenón a 2400 kilómetros de la Acrópolis Ateniense
El Gobierno británico denuncia una cláusula propuesta por la UE que implicaría privar al Museo Británico de su mayor atractivo. Pero la realidad es un tanto distinta.
El Brexit sin
acuerdo ha dejado demasiadas negociaciones pendientes. La segunda más urgente
es un nuevo tratado de comercio, con el francés Michel Barnier al
frente del equipo negociador por la parte europea y el polémico David
Frost por la inglesa. La negociación ya era problemática de por sí
(Inglaterra quiere ahora un tratado de libre comercio como el que firmaron hace
algo más de un año con la UE y Canadá, algo que se aleja de las negociaciones
previas), pero una cláusula impulsada por España, Italia, Chipre y Grecia en el
borrador europeo ha complicado las cosas. Va dirigida al contrabando de
bienes culturales y a evitar el expolio arqueológico de los países mediterráneos, pero
desde el lado del Gobierno británico se ha inflado hasta ocupar los 75
metros que rodean la sala más famosa del Museo Británico: los mármoles del
Partenón.
La cláusula en
cuestión habla de "discutir los asuntos relativos a la devolución o
restitución a sus países de origen de los objetos culturales ilegalmente
sustraídos". El borrador ha sido filtrado a la prensa inglesa al mismo
tiempo que desde el Gobierno británico surgían protestas sobre su contenido,
con afirmaciones –recogidas por el Times y el Guardian*– que
afirman que dicha cláusula, o cualquier cosa que tenga que ver con la
devolución de los mármoles ("algo que no va a pasar") "muestra
la falta de seriedad de los negociadores europeos".
La polémica con los mármoles viene de lejos. No sólo por la parte de Grecia, que lleva reclamando su devolución desde el siglo XIX –y con más fuerza desde que en 1981 la actriz Melína Mercouri se convirtiese en ministra de Cultura griega–.
También desde que el Gobierno británico blindase al Museo Británico en 1963 con una ley a medida en la que, entre disposiciones sobre la dirección del museo, se establecía también que la entidad carece del poder de deshacerse de sus fondos –entre los que se incluyen los mármoles del Partenón– salvo en pequeñas cantidades y de forma excepcional. Es decir, una ley hecha para no devolver los mármoles griegos, los bronces de Benin y hasta las pinturas ganadas a los nazis pero que no eran de los nazis.
El Museo Británico, por su parte, ha emitido un comunicado en el que aceptan la cláusula en lo que al contrabando respecta, declarando “que están comprometidos en la lucha contra el tráfico ilegal de antigüedades en todo el mundo. Colaboramos con las fuerzas del orden para identificar y devolver las obras que llegan de manera ilegal al Reino Unido. Las esculturas del Partenón fueron legalmente adquiridas y nos ayudan a contar la Historia de la Humanidad que ofrecemos en el Museo. Son accesibles a los más de seis millones de visitantes que el museo recibe cada año".
En realidad es todo una cortina de humo para apartar la atención de David Frost, que el lunes soltó un incendiario discurso en Bruselas en el que despreciaba todos los avances hechos hasta ahora y exigía sin contrapartidas un tratado altamente beneficioso para Gran Bretaña. Un discurso al que, entre otras cosas, se le achaca la caída de la libra en estos días y el temor a los mercados ante una actitud "negociadora" que uno de los parlamentarios europeos encargados de gestionar el Brexit, el ex primer ministro belga Guy Verhofstadt, han descrito como "de otro planeta".
En cuanto a la
legalidad de la adquisición, el conde de Elgin, encargado del expolio entre
1801 y 1812, se sacó de la nada un recibo del Gobierno otomano –cuyo contrato
nunca ha aparecido en el lado turco– y soltó todo un friso de mentiras al
Parlamento británico cuando le convocaron para explicar por qué de repente
parte de la Acrópolis estaba desembarcando en Inglaterra. De todo ese rostro de
mármol, quizás la mejor parte es cuando dijo que había visto con sus propios
ojos cómo los turcos expoliaban las tallas del taller de Fidias que decoraban
el maltrecho templo de Atenea Partenos. Cuando la realidad es que Thomas
Bruce, séptimo conde de Elgin, sólo pisó Atenas cuando la mayor parte de los
mármoles ya habían sido robados y enviados a Inglaterra. A donde ni
siquiera llegaron todas las piedras sustraídas: parte de ese patrimonio
irremplazable descansa desde hace 210 años en el fondo del mar.
*Cada vez que se debate el destino y el futuro de los mármoles, los partidarios de enviarlos de vuelta tienden a recurrir a Lord Byron. En la peregrinación de Childe Harold, el poeta lamenta la reciente remoción de los tesoros de su hogar ateniense con melancolía conmovedora: "El ojo es aburrido que no llorará al ver / Tus paredes desfiguradas, tus santuarios removidos / Por manos británicas".
Al igual que otros románticos de su época, Byron estaba preocupado por temas de tiempo, lugar e historia, fascinado por las ruinas de las ciudades y los antiguos imperios.
Por el contrario, el responsable de obtener los mármoles, Lord Elgin, se benefició con entusiasmo de la vanidad de la Gran Bretaña imperial. Habiendo obtenido el permiso de los ocupantes otomanos de Grecia para eliminar aproximadamente la mitad de la colección de esculturas del Partenón, vendió el resto al parlamento por £ 35. 000 en 1816. La noción autoconsiderada del Londres imperial como la "nueva Atenas" estaba de moda; Elgin convenció con éxito al gobierno, que todavía disfrutaba del triunfo sobre Napoleón en Waterloo, de que poseerlos mejoraría aún más la reputación y el prestigio internacional del imperio
The Guardian.
Ver también:
*Cada vez que se debate el destino y el futuro de los mármoles, los partidarios de enviarlos de vuelta tienden a recurrir a Lord Byron. En la peregrinación de Childe Harold, el poeta lamenta la reciente remoción de los tesoros de su hogar ateniense con melancolía conmovedora: "El ojo es aburrido que no llorará al ver / Tus paredes desfiguradas, tus santuarios removidos / Por manos británicas".
Al igual que otros románticos de su época, Byron estaba preocupado por temas de tiempo, lugar e historia, fascinado por las ruinas de las ciudades y los antiguos imperios.
Por el contrario, el responsable de obtener los mármoles, Lord Elgin, se benefició con entusiasmo de la vanidad de la Gran Bretaña imperial. Habiendo obtenido el permiso de los ocupantes otomanos de Grecia para eliminar aproximadamente la mitad de la colección de esculturas del Partenón, vendió el resto al parlamento por £ 35. 000 en 1816. La noción autoconsiderada del Londres imperial como la "nueva Atenas" estaba de moda; Elgin convenció con éxito al gobierno, que todavía disfrutaba del triunfo sobre Napoleón en Waterloo, de que poseerlos mejoraría aún más la reputación y el prestigio internacional del imperio
Esa arrogancia
parece haber regresado desde el Brexit, a juzgar por algunas de las respuestas
hostiles a la intervención griega. Por su parte, la respuesta del
gobierno ha sido rotundamente despectiva:
"Esto simplemente no va a suceder", dijo un portavoz.
The Guardian.
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